Morbosos, absteneos, lo que voy a contar no es una experiencia sexual. Es, más bien, una experiencia audiovisual, o quizá sería más lógico llamarlo aprendizaje audiovisual. El caso es que trataré de contaros brevemente lo que, para mí, ha sido la gran última revelación de mi vida, profesionalmente hablando.

Me habían dicho en repetidas ocasiones que mi formación había sido eminentemente teatral. ¿Que qué significa “formación teatral”? Eso me preguntaba yo, y cuando oía éstas palabras, en mi mente surgía una y otra vez la siguiente frase: “Este tío (o tía) está equivocado(a). La formación que he recibido sirve para interpretar en un teatro o donde haga falta. La formación que he recibido es formación actoral y punto.” Pues sí y no. Sí, porque, efectivamente, gracias a ella puedo interpretar donde me dé la gana. Y no, porque aunque el resultado en el teatro es el adecuado (mejor o peor, pero adecuado), ante una cámara, creedme, no lo es. Parece lógico pensar que teatro e imagen, al ser dos campos distintos, utilizan distintos códigos, y por lo tanto se nutren de diferentes enfoques interpretativos. Parece también lógico pensar que lo que estoy diciendo es una perogrullada, que lo es, y que ya se me podría haber ocurrido antes, pero no tenéis más que echar un vistazo a la televisión o el cine para apreciar que todavía hay actores y actrices que no se han enterado de ésta bobería.

Total, que hace poco, aunque creo que es más correcto hablar de unos cuantos meses, me incorporé al curso de interpretación ante la cámara impartido aquí por La Compañía. Mi idea era la de “probar un mesecito a ver qué es esto, y si no me convence, adiós, muy buenas.” Pues bien, el curso me enganchó como me suelen enganchar a mí las cosas, es decir, al no entenderlas de primeras. De hecho, fue al segundo mes cuando surgió el concepto de “intimidad” en las clases. Concepto que me hizo ver la luz y por el que entendí el resorte interno que debía accionar para pasar de una interpretación “teatral” a una “para la cámara”, y que básicamente resumo de la siguiente manera: para mí, la “intimidad” en el teatro tiene que ver con lo que le pasa a uno mismo o a uno mismo con el otro (si es que hay otro en escena, que es lo habitual), y la proyección de ese momento al espectador, mientras que la “intimidad” para la cámara prescinde de esa proyección, pues el objetivo (la lente) ya ha recogido ese momento íntimo.

No quiero indagar en detalles como el tipo de plano, cercanía o lejanía a la cámara, visibilidad, etc, porque entonces nos metemos en un berenjenal que hay que vivir y experimentar para poder ser comprendido en su totalidad. Seguramente, además, la explicación que he dado os resulte insatisfactoria a muchos de vosotros, pero, como he mencionado antes (y si no lo he mencionado, lo digo ahora) esto es lo que a mí y solo a mí me ha ayudado a “cambiar el chip”. Cada uno tiene que buscar la manera de accionar su propio resorte interno. Yo la encontré, y conseguí salvar el primer gran escollo de mi camino audiovisual. A ése le han seguido otros que, incluso hoy, ahora mismo, no me dejan dormir. Pero eso es otra historia…

Miguel Catarecha.-

-“Vi la luz, e iluminadito me quedé”-

¡¡Me animo!!


¡¡Me animo!! Eso es lo primero que pensé cuando decidí contaros el devenir de los momentos vividos. Aún queda en mi memoria, agarrado, el sentimiento que antaño tenía por dejar de ser niño y ser mayor, ahora tengo agarrada la emoción del día que decidí dejar de ser mayor y volver a ser niño y descubrir que sin alas era capaz de volar por un escenario y que podía ser payaso sin hacer el payaso.

Conocí a la bruja del cuento que lejos de ser malvada me llevó a enfrentarme a un nuevo reto – "Quillo, voy a hacer un taller del actor frente a la cámara" – y al contestar – "¿y eso qué es?" – sentí un extraño cosquilleo que me decía “ve y busca”. Y fui, y encontré gente que se llamaban actores, directores, guionistas o entrenadores y se sentían actores o directores o guionistas o entrenadores y que me hicieron sentir alegre, triste, afligido, malhumorado o trastornado. Sentir.

En este devenir de los momentos vividos una “noche americana” me encontré con Truffaut y me comentó que si había visto a “Jules y Jim”. No contesté, pero la verdad es que no los había visto. Me quedé tan impactado de aquella “noche americana” que decidí buscarlos y los encontré a la semana siguiente.

Esa misma semana encontré sentado en su silla de director a Hitchcock que me dio “su visión sobre el cine” y saludé de lejos a Claude Chabrol pero no puede hablar con él (cómo me hubiera gustado preguntarle “cómo se hace una película”).

Llegando el final de la semana, sentado en un bar con Lola y con una cerveza en la mano vi a Polanski. Me acerqué interesado en sus peripecias en Francia y me comento que lo había pasado francamente bien si no hubiera sido por un “quimérico inquilino” que estuvo viviendo en su mismo edificio y que según dicen las malas lenguas se suicidó reiteradamente.

Fue un final de semana maravilloso, a la charla con Polanski se unió conocer a Mireia Ros que me dijo que le había costado un “triunfo” hacer su película y me presentó a Silvia Marso y a Carmelo Gómez. Volví a sentir un cosquilleo y seguí buscando. Y encontré movimientos de travelling o encuadres picados o contrapicados, por no hablar del cenital y aprendí a ver el cuerpo en un plano detalle, medio, americano o primer plano, sin olvidar lo inolvidable del plano general.

Y en este devenir, de tierras lejanas llegó un quijote, delgado, de pelo canoso y sonrisa eterna. Atendía por Stephen Bayly y me habló de un tal Meisner.

  • ¿Le conoces?
  • No, no le conozco – le dije.
  • Y, ¿cómo te sientes? – Me contestó.
  • Me siento bien.
  • Te sientes bien.
  • Me siento bien.
  • Te sientes bien.
  • Me siento bien.
  • Ahora ya le conoces, ahora ya empiezas a conocerle – me dijo.

Y, a día de hoy donde lo rápido se hace efímero y de mal sabor ya que no ha tenido tiempo de madurar, siento que poco a poco me convierto en un “animal sensorial”, que lo que no hago no se ve porque está escondido y que de lo que hago no se pierde detalle.


Julián San José Molina.-

Habíamos oído hablar mucho del Actor's Studio pero poco del Sandford Meisner, hasta que Stephen Bayly pasó por Madrid.

Yo andaba buscando un curso realmente interesante y diferente, de Dirección de Actores, cuando descubrí que él daba un pequeño taller en la Sala Bam.

Stephen Bayly es un director/productor que inició su carrera con Tony y Ridley Scott. Me interesó que, en algún punto avanzado de su carrera, hubiera descubierto que necesitaba más herramientas para mejorar el trabajo de sus actores. Eso le llevó a Sandford Meisner, del que ahora es un experto.

Sandford Meisner fue un maestro de interpretación cuyas técnicas han marcado el trabajo de actores como Gene Hackman y Ed Harris, pero también de directores como Sydney Pollack o David Mamet.

La experiencia de dos tardes intensivas, viendo como nos presentaba las ideas de Meisner, ha cambiado para siempre algunas cosas en mi manera de mirar, mis ideas sobre la relación entre el director y el actor, y los recursos con los que ambos contamos.

Stephen Bayly nos explicó un montón de cosas esos días, más de las que cabían, y nos animó a ponerlas en práctica.

Espero que vuelva para un próximo taller, más largo, que no pienso perderme.

Las técnicas de Sandford Meisner son, sin duda, uno de los secretos mejor guardados de Hollywood.

Miguel Santesmases.-
Director de Cine


Todos hemos oído alguna vez decir a alguien: "A mí no me gusta el cine español", o: "Yo no veo nunca cine español".

Pero, ¿A qué se refieren cuando dicen "cine español"? Sería más lógico decir: “No me gustan las películas en español”, o: “No me gustan las españoladas” (si es que se puede considerar género cinemátografico); como hay gente que dice: "No me gustan las americanadas", pero no dice: "No me gusta el cine americano".

Un dato, en el año 2008 se estrenaron 394 películas españolas abarcando todo tipo de géneros: fantástico, terror, animación, comedia, drama, acción, policíaco, documental, histórico, infantil, Etc.

Es decir, el cine español abarca hoy en día prácticamente todos los géneros cinematográficos. Es difícil encontrar alguna persona que no le guste ninguno de estos géneros. Entonces, ¿Por qué dejar de verlo sólo porque sea español?

Me gustaría que la gente rompiera este pequeño mito, y se acercara a ver películas españolas. A mi, particularmente, me gustan las películas españolas, porque las historias y los personajes están más cerca de mí, me suelen llegar más.

En fin, dejo el debate abierto, porque de verdad me gustaría llegar a saber ¿A qué llamamos cine español?


Iñaki Tejedor


 

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